El 4 de julio de 1818, Louis Aury tomó posesión
de Providencia
Juan
Esteban Constaín cuenta la historia del francés que en 1818 tomó posesión de la
isla.
La historia es vieja y ya la han contado con detalle muchos otros:
Giorgio Antei, Jaime Duarte French, Antonio Cacua Prada, Miguel Ángel de Marco,
Carlos Ferro, Stanley Faye, Samayoa Guevara, Frederic Beraud Dufour en un
maravilloso blog... Y más que no menciono porque no los he leído o se me
olvidan, por lo que les pido perdón. Pero es una historia de novela como suelen
serlo casi todas, las de todos los hombres en todos los tiempos; qué redundante
y qué innecesaria resulta a veces la ficción frente a la vida. Y en América
más, como se sabe desde cuando se empezó a contar nuestra historia -la de
antes, la de siempre-, y no había hipérbole ni prodigio que pudieran resumirla,
ni siquiera hacerle justicia o dar cuenta de su quebradiza realidad.
Dicen que cuando llegaron las primeras noticias del "descubrimiento" de América a las ciudades europeas, a Florencia o a París o a Salamanca, la gente no las distinguía en absoluto de las novelas de caballería y las fábulas que circulaban a placer, de mano en mano, por los mercados y las cortes. Ni siquiera los conquistadores tenían clara esa diferencia, y ellos mismos, narrando por primera vez al "Nuevo Mundo", eran protagonistas y autores de un relato tan cierto como inverosímil. Sé que es una obviedad y un lugar común, pero es así: los cronistas de Indias fueron el primer boom de la literatura latinoamericana; sus libros de historia fueron nuestras primeras novelas. Incluso se podría decir que Pedro Mártir de Anglería fue el primer antecedente de Carlos Barral o de Carmen Balcells. Para desgracia de los tres.
Lo cierto es que recordé la vida de novela del corsario francés Louis Aury (Louis-Michel Aury), el otro día que hablábamos con un amigo sobre el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya en el litigio entre Colombia y Nicaragua; que es cosa juzgada, querámoslo o no, gústenos o no; ya no hay trino que valga. Me dijo mi amigo, con su sarcasmo de siempre, ácido y solemne: "Solo falta que se metan a reclamar los argentinos y los chilenos". Y se fue sin más. Pero bastó esa despedida agorera para que yo recordara de un golpe uno de los episodios más curiosos y absurdos de nuestra historia, uno de los muchos, de los miles que la emparentan y entretejen con la literatura y la ficción hasta disolver en ellas cualquier frontera y cualquier límite. Antes es que acá somos demasiado rigurosos y racionales, antes.
El 4 de julio de 1818, en efecto, el corsario francés Louis Aury tomó posesión de las islas de Providencia y Santa Catalina, relevando del mando a un pobre inglés que hacía las veces allí de gobernador en nombre de los españoles. Aury venía desde Jamaica, en donde recibió poderes plenos del "ministro" de las "Repúblicas confederadas de Buenos Aires y Chile", José Cortés de Madariaga: un cura lunático y chileno, viejo amigo de Miranda que había participado en cuanta revuelta se le cruzara por delante (desde el levantamiento de Caracas del 19 de abril de 1810), y que ahora expedía patentes de corso como cheques sin fondos, por cuenta de ese Estado imaginario que solo era él.
Aury cogió la suya anclado en Kingston, y luego se fue al sur, buscando la isla española de Providencia para hacerse fuerte allí con sus hombres. La idea era izar la bandera albiceleste del Río de la Plata -se izó ese 4 de julio y así estuvo hasta 1821, con esos colores que son también los de casi todas las banderas centroamericanas, como un homenaje a la Argentina y a Hipólito Bouchard-, izar esa bandera y hacer una expedición para tomarse Portobelo en Panamá. Desde Santa Catalina, el 10 de julio, el "comandante en jefe Luis Aury" lanzó una proclama incendiaria y desbocada. "¡Amigos errantes y sin patria!", decía, gritaba, para luego poner su nombre al servicio de la libertad, en donde fuera. "¡Ensoberbeceos con el noble entusiasmo inseparable de nuestra causa!".
¿Pero quién era este corsario anárquico y carismático, esta especie de hippie del Caribe que logró establecer su comuna allí en Providencia? Según Faye (según Antei, cuyo libro Los héroes errantes es excelente), nació en París en 1787; el blog de Frederic Beraud dice que fue en 1788. Lo cierto es que ya para 1803 estaba en las Antillas, dedicado a una de las actividades militares más frecuentes de la época y de toda la Modernidad: el corso. Que no era una forma más de la piratería, como a veces se cree, sino un modelo administrativo muy eficaz para hacer la guerra, casi privatizándola: porque los Estados les daban a los particulares una licencia para que actuaran en su nombre, saqueando y matando, y luego había una repartición equitativa del botín. Puros contratos de prestación de servicios, pero repito: equitativos.
Entre 1803 y 1812 Aury navegó a destajo por los mares, buscando enderezar su suerte, que a veces le volteaba la espalda. Estuvo en Santo Domingo, en Nueva Orleans, en Baltimore. Siempre al acecho de alguna aventura. En 1813 llegó a Cartagena y allí tuvo el título de Comodoro de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, corseando por dos años hasta diciembre de 1815, cuando Pablo Morillo, el Pacificador, se hizo con la ciudad después de un feroz cerco de varios meses mientras los sobrevivientes huían como hormigas en sus barcos. A principios de 1816 Aury se reunió en Haití con Simón Bolívar y otros rebeldes, y se opuso a que el futuro Libertador recibiera poderes dictatoriales en el plan para reconquistar la Nueva Granada. Por eso Bolívar escogió a otro Luis, el curazoleño Luis Brion, como comandante de su flota. Ni siquiera una plata que le debían le pagaron al pobre Louis Aury.
"Tras de que no me paga me pega", como decía el borracho.
Allí empezó, quizás, el mejor momento de su vida. Se fue al golfo de México a combatir al lado de los revolucionarios, y en septiembre de 1816 lo eligieron gobernador de Texas, mandando desde la isla de Galveston, en la que estuvo por más de cinco meses, hasta que en un descuido otro corsario francés, Jean Lafitte, se la arrebató para vendérsela al mejor postor. Aury se unió entonces, en junio de 1817, al escocés Gregor MacGregor en otro proyecto de fantasía: la conquista de la isla Amelia en la Florida. En esa expedición iba también Agustín Codazzi, su fiel escudero. Y Brion y Vicente Pazos: una turba de mercenarios y soldados de fortuna que buscaban vivir libres y en paz, regidos por una constitución republicana y utópica y por la bandera que mejor los tapara.
Hicieron unas elecciones, contaron unos votos, escribieron unas proclamas, acuñaron unas monedas. Pero pronto llegaron los gringos y los molieron a palos; que Dios ayuda a los malos cuando pagan más que los buenos. Otro reino arrasado por el viento en diciembre de 1817.
Ya sin oficio, Louis Aury volvió al mar, siempre olfateando dónde pudieran ser útiles sus naves y sus hombres: una escuadra variopinta y mestiza, con tantas banderas y patentes de corso como experiencia en las aguas más turbulentas. Bolívar y Brion la rechazaron, sin embargo, porque el Libertador no le perdonaba al francés su desplante en Haití. Por eso, en junio de 1818, Aury llegó a Jamaica a verse con Cortés de Madariaga, el canónigo demencial e inagotable. Hablaron durante horas sobre toda clase de proyectos irracionales, se abrazaron, juraron por la libertad de América; al final de la tarde Aury ya era general de las "Repúblicas confederadas de Buenos Aires y Chile", y así fue en dirección del sur, con el plan de adueñarse del archipiélago de San Andrés y Providencia. Desde las islas podría ayudar en la independencia de la Nueva Granada y en la conquista de Portobelo.
El 4 de julio de 1818 Louis-Michel Aury tomó posesión de Providencia, izando la bandera albiceleste en señal de adhesión al gobierno de Buenos Aires, o al Estado imaginario de Cortés de Madariaga. El 10 de julio lanzó su famosa proclama desde Santa Catalina, su sede de gobierno. Es una arenga apasionada, reproducida luego en el Nile's Register de octubre de ese año que hoy se puede leer en Internet. "¡Compatriotas! -decía, gritaba- Los poderosos Estados Unidos de Buenos Aires y Chile, deseando cooperar en cuanto les sea posible a la emancipación de sus oprimidos hermanos, me han comisionado para cumplir esta noble empresa en la Nueva Granada. Gracias al cielo que les ha inspirado tan magnánimos sentimientos. Sea su unión y su sabia conducta nuestra guía en nuestras futuras operaciones".
Allí, en la isla, Aury estuvo por dos años enviándoles cartas a todos los revolucionarios de América para que lo secundaran en sus aventuras; varios de ellos, como su viejo amigo MacGregor, fueron a verlo o recibieron su ayuda y su bendición. Murió en 1821 como un monarca, no se sabe si en un abordaje o al caerse de su caballo. Alguien dijo haberlo visto en Cuba en 1845. Quizás: la realidad escribe novelas inconclusas, de piratas, y no lo hace mal.
Dicen que cuando llegaron las primeras noticias del "descubrimiento" de América a las ciudades europeas, a Florencia o a París o a Salamanca, la gente no las distinguía en absoluto de las novelas de caballería y las fábulas que circulaban a placer, de mano en mano, por los mercados y las cortes. Ni siquiera los conquistadores tenían clara esa diferencia, y ellos mismos, narrando por primera vez al "Nuevo Mundo", eran protagonistas y autores de un relato tan cierto como inverosímil. Sé que es una obviedad y un lugar común, pero es así: los cronistas de Indias fueron el primer boom de la literatura latinoamericana; sus libros de historia fueron nuestras primeras novelas. Incluso se podría decir que Pedro Mártir de Anglería fue el primer antecedente de Carlos Barral o de Carmen Balcells. Para desgracia de los tres.
Lo cierto es que recordé la vida de novela del corsario francés Louis Aury (Louis-Michel Aury), el otro día que hablábamos con un amigo sobre el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya en el litigio entre Colombia y Nicaragua; que es cosa juzgada, querámoslo o no, gústenos o no; ya no hay trino que valga. Me dijo mi amigo, con su sarcasmo de siempre, ácido y solemne: "Solo falta que se metan a reclamar los argentinos y los chilenos". Y se fue sin más. Pero bastó esa despedida agorera para que yo recordara de un golpe uno de los episodios más curiosos y absurdos de nuestra historia, uno de los muchos, de los miles que la emparentan y entretejen con la literatura y la ficción hasta disolver en ellas cualquier frontera y cualquier límite. Antes es que acá somos demasiado rigurosos y racionales, antes.
El 4 de julio de 1818, en efecto, el corsario francés Louis Aury tomó posesión de las islas de Providencia y Santa Catalina, relevando del mando a un pobre inglés que hacía las veces allí de gobernador en nombre de los españoles. Aury venía desde Jamaica, en donde recibió poderes plenos del "ministro" de las "Repúblicas confederadas de Buenos Aires y Chile", José Cortés de Madariaga: un cura lunático y chileno, viejo amigo de Miranda que había participado en cuanta revuelta se le cruzara por delante (desde el levantamiento de Caracas del 19 de abril de 1810), y que ahora expedía patentes de corso como cheques sin fondos, por cuenta de ese Estado imaginario que solo era él.
Aury cogió la suya anclado en Kingston, y luego se fue al sur, buscando la isla española de Providencia para hacerse fuerte allí con sus hombres. La idea era izar la bandera albiceleste del Río de la Plata -se izó ese 4 de julio y así estuvo hasta 1821, con esos colores que son también los de casi todas las banderas centroamericanas, como un homenaje a la Argentina y a Hipólito Bouchard-, izar esa bandera y hacer una expedición para tomarse Portobelo en Panamá. Desde Santa Catalina, el 10 de julio, el "comandante en jefe Luis Aury" lanzó una proclama incendiaria y desbocada. "¡Amigos errantes y sin patria!", decía, gritaba, para luego poner su nombre al servicio de la libertad, en donde fuera. "¡Ensoberbeceos con el noble entusiasmo inseparable de nuestra causa!".
¿Pero quién era este corsario anárquico y carismático, esta especie de hippie del Caribe que logró establecer su comuna allí en Providencia? Según Faye (según Antei, cuyo libro Los héroes errantes es excelente), nació en París en 1787; el blog de Frederic Beraud dice que fue en 1788. Lo cierto es que ya para 1803 estaba en las Antillas, dedicado a una de las actividades militares más frecuentes de la época y de toda la Modernidad: el corso. Que no era una forma más de la piratería, como a veces se cree, sino un modelo administrativo muy eficaz para hacer la guerra, casi privatizándola: porque los Estados les daban a los particulares una licencia para que actuaran en su nombre, saqueando y matando, y luego había una repartición equitativa del botín. Puros contratos de prestación de servicios, pero repito: equitativos.
Entre 1803 y 1812 Aury navegó a destajo por los mares, buscando enderezar su suerte, que a veces le volteaba la espalda. Estuvo en Santo Domingo, en Nueva Orleans, en Baltimore. Siempre al acecho de alguna aventura. En 1813 llegó a Cartagena y allí tuvo el título de Comodoro de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, corseando por dos años hasta diciembre de 1815, cuando Pablo Morillo, el Pacificador, se hizo con la ciudad después de un feroz cerco de varios meses mientras los sobrevivientes huían como hormigas en sus barcos. A principios de 1816 Aury se reunió en Haití con Simón Bolívar y otros rebeldes, y se opuso a que el futuro Libertador recibiera poderes dictatoriales en el plan para reconquistar la Nueva Granada. Por eso Bolívar escogió a otro Luis, el curazoleño Luis Brion, como comandante de su flota. Ni siquiera una plata que le debían le pagaron al pobre Louis Aury.
"Tras de que no me paga me pega", como decía el borracho.
Allí empezó, quizás, el mejor momento de su vida. Se fue al golfo de México a combatir al lado de los revolucionarios, y en septiembre de 1816 lo eligieron gobernador de Texas, mandando desde la isla de Galveston, en la que estuvo por más de cinco meses, hasta que en un descuido otro corsario francés, Jean Lafitte, se la arrebató para vendérsela al mejor postor. Aury se unió entonces, en junio de 1817, al escocés Gregor MacGregor en otro proyecto de fantasía: la conquista de la isla Amelia en la Florida. En esa expedición iba también Agustín Codazzi, su fiel escudero. Y Brion y Vicente Pazos: una turba de mercenarios y soldados de fortuna que buscaban vivir libres y en paz, regidos por una constitución republicana y utópica y por la bandera que mejor los tapara.
Hicieron unas elecciones, contaron unos votos, escribieron unas proclamas, acuñaron unas monedas. Pero pronto llegaron los gringos y los molieron a palos; que Dios ayuda a los malos cuando pagan más que los buenos. Otro reino arrasado por el viento en diciembre de 1817.
Ya sin oficio, Louis Aury volvió al mar, siempre olfateando dónde pudieran ser útiles sus naves y sus hombres: una escuadra variopinta y mestiza, con tantas banderas y patentes de corso como experiencia en las aguas más turbulentas. Bolívar y Brion la rechazaron, sin embargo, porque el Libertador no le perdonaba al francés su desplante en Haití. Por eso, en junio de 1818, Aury llegó a Jamaica a verse con Cortés de Madariaga, el canónigo demencial e inagotable. Hablaron durante horas sobre toda clase de proyectos irracionales, se abrazaron, juraron por la libertad de América; al final de la tarde Aury ya era general de las "Repúblicas confederadas de Buenos Aires y Chile", y así fue en dirección del sur, con el plan de adueñarse del archipiélago de San Andrés y Providencia. Desde las islas podría ayudar en la independencia de la Nueva Granada y en la conquista de Portobelo.
El 4 de julio de 1818 Louis-Michel Aury tomó posesión de Providencia, izando la bandera albiceleste en señal de adhesión al gobierno de Buenos Aires, o al Estado imaginario de Cortés de Madariaga. El 10 de julio lanzó su famosa proclama desde Santa Catalina, su sede de gobierno. Es una arenga apasionada, reproducida luego en el Nile's Register de octubre de ese año que hoy se puede leer en Internet. "¡Compatriotas! -decía, gritaba- Los poderosos Estados Unidos de Buenos Aires y Chile, deseando cooperar en cuanto les sea posible a la emancipación de sus oprimidos hermanos, me han comisionado para cumplir esta noble empresa en la Nueva Granada. Gracias al cielo que les ha inspirado tan magnánimos sentimientos. Sea su unión y su sabia conducta nuestra guía en nuestras futuras operaciones".
Allí, en la isla, Aury estuvo por dos años enviándoles cartas a todos los revolucionarios de América para que lo secundaran en sus aventuras; varios de ellos, como su viejo amigo MacGregor, fueron a verlo o recibieron su ayuda y su bendición. Murió en 1821 como un monarca, no se sabe si en un abordaje o al caerse de su caballo. Alguien dijo haberlo visto en Cuba en 1845. Quizás: la realidad escribe novelas inconclusas, de piratas, y no lo hace mal.
Acerca de Juan E. Constaín
Historiador, filólogo, cate- drático en re- laciones inter- nacionales y
columnista de EL TIEMPO. Autor de 'Los mártires' (relatos) y las novelas
'Calcio' y 'El naufragio del Imperio'.
Juan Esteban Constaín
Especial para EL TIEMPO
Juan Esteban Constaín
Especial para EL TIEMPO